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martes, 17 de febrero de 2015

Sobre la indignación frente a sucesos de manifestaciones culturales

El secreto para que todo evento cultural (independientemente su denominación o motivaciones) avance radica justamente en la gestión. Gestión de quien? Del que sea pero con una intencionalidad y direccionamiento claro. Debe rodearse de personas que esten en sintonia o tener la capacidad de sintonizar a quienes ven en el evento el negocio. Y es que las cosas como son, la cultura no es un bien por el que deba esperarse un tipo de retribución diferente a la de ser culto. Pero tampoco esta mal hacer del arte y la cultura un negocio y de esto el mismo Beethoven fue precursor y beneficiario de las revoluciones que la industrialización despertó. Las orquestas sinfónicas y sus modelos de gestión cultural son un claro ejemplo de ello y son exitosos ejercicios en los que los regionalismos hipócritas se guardan en un cajón y las energías se invierten en la acción y no en la discusión reiterada del problema. La responsabilidad entonces, no es solo del sector privado sino del complejo compuesto por la administración local que gerencia los espacios publicos, el sector privado que se beneficia de la publicidad y promueve a los "artistas" de cualquier índole y  los artistas que, en acción organizada y conjunta buscan recibir no solo el estímulo propio de su ejercicio sino también el estímulo económico necesario para continuar en su trabajo práctico investigativo. Claramente, algunas ciudades ven en sus narices como los mismos de siempre hacen lo mismo de siempre sin arriesgarse al cambio, a la preparación académica y administrativa necesarias para la organización de un gremio que genere bienestar colectivo. El despertar no ha sucedido y solo se escuchan las pataletas del niño y no las acciones de adulto. Recuerde que la seleccion Colombia se arriesgo con un "Argentinito creido" y gano unidad, pertenencia y reputación. Cuando hay problemas es necesario ver los pecados propios y buscar la manera de enderezar el camino, no indignarse superficialmente y esperar, como tantas veces, que otro logre el cambio para montarse en el tren de la alegría.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

La Opinión

Hoy por hoy el acto más violento de las letras, del pensamiento, consiste en la descomposición de las ideas por un placer morboso. Desacreditar y poner en tela de juicio se ha vuelto más un deporte de alto rendimiento que  simplemente una  marcada tendencia.

Las redes sociales nos permiten cuestionar todo como nunca antes, pero  el ejercicio pleno del derecho de opinión pareciera un campo de batalla. No existe lugar para el debate sensato, el trueque de ideas o las reflexiones pausadas que nos proporciona el dialogo interior que posee su propio organismo de respuesta cronológica. Es que un artículo, una columna, una carta tiene el beneficio del reloj, la posibilidad de ser masticada y digerida con el tiempo necesario.

Ese tiempo nos permite corregir posturas, conclusiones y planteamientos que con una lectura -que quizás haya caído en la tentación de ser somera y rápida- pudieran como consecuencia lógica ser también apresuradas.  La comunicación del siglo XXI ha replanteado en sus mismísimos cimientos lo que significa educación, lineamientos, límites, Orden... Y hoy es un ultraje corregir o exponer el uso inapropiado del lenguaje que es un sistema inequívoco de convenciones  y estándares que nos permiten significar las palabras.

Hoy todos parecemos sufrir una fiebre por el oro del ego, la necesidad de satisfacer nuestro morboso deseo de ser aceptados como seres individuales que tienen el derecho de decir cuanto quieran sobre lo que quieran y como les parezca mejor hacerlo. Así, los improperios y las líneas argumentales más inconcebibles son válidas bajo el pretexto convenido en silencio de la "tolerancia" y amparadas por el temor a ser el difusor de la "discriminación" (termino que se usa indiscriminadamente en cualquier situación que demande la opinión).

Hoy tan solo hace falta leer las primeras líneas de este escrito para ser sometido al paredón de la intolerancia. No es necesario hacer un estudio antropológico validado por colciencias (porque hoy todos validamos nuestros argumentos con los estudios de universidades, institutos y cualesquier ministerios) para verificar lo que aquí he dicho, solo basta con ver la realidad orgánica de los eventos que diariamente se desarrollan en las redes sociales de la internet.

Como nunca la opinión individual ha sido tan importante y tan amenazante al mismo tiempo. Es una situación que desprovista de todo límite está destinada a continuar y a crecer exponencialmente. Esto por supuesto, no parece positivo.

Uno encuentra al académico anónimo más serio comentando y criticando a una figura pública que lleva años ejerciendo su praxis (buena o no, no me compete decirlo en este momento ni mucho menos emitir semejantes juicios de valor) a la vista de todo el mundo.  Disfrazados de buenas intenciones, detrás de la careta de leguleyo se siente con el derecho de ir censurando, corrigiendo o contraviniendo todo aquello que no esté de acuerdo con su modo de pensar ya que se siente respaldado además por el peso de un apoyo público, que no necesariamente es masivo y que tampoco tiene necesariamente razón solo por tener más aceptación popular. Solo para demostrar lo anterior, basta con recordar que en los años 50, los medios de comunicación, publicidad y los consumidores veían completamente normal el hecho de relegar a la mujer exclusivamente a las tareas domésticas y al cuidado de los niños en el hogar. Este es el ejemplo de que no siempre una costumbre, un argumento o una tendencia sea la más adecuada por su aceptación popular.

Los modelos de pensamiento y los paradigmas antropológicos han ido mutando a los extremos y se erigen como un complejo colectivo que no es muy diferente de los modelos extremistas pasados que alegan criticar. La conclusión a simple vista es que no existe un modo, un método, una linea de acciones humanas que satisfagan el codicioso deseo que hoy no le ha proporcionado más humanidad al género y, que al mismo tiempo parece sentirse orgulloso en un sentido impropio de aproximarse al comportamiento más instintivo y animal. Después de todo, la resignación es un derecho individual también.

Lejos de imponer mis líneas de pensamiento, invito gentilmente a mis lectores -aclarando que esta invitación es susceptible de rechazo y lo abraza como una posibilidad otorgada libremente- a reflexionar en las siguientes palabras de uno de los grandes artistas del siglo pasado, Igor Stravinsky: "... Mi libertad será tanto más grande y profunda cuanto más estrechamente limite mi campo de acción y me imponga más obstáculos. Lo que me libra de una traba me quita una fuerza. Cuanto más se obliga, uno, mejor se liberta de las cadenas que traban al espíritu." (La poética Musical. I. Stravinsky).

Palabras más, palabras menos... Hoy no se sabe que es la libertad. Hoy no se sabe que es la opinión.


miércoles, 15 de octubre de 2014

Comentarios sueltos...

En este realismo mágico que se articula en el imaginario colectivo orgulloso de los recursos naturales, las ciudades mas alegres, la gente mas amable y un sin numero de bienes intangibles que importan tanto como los pedos embotellados de una mariposa azul que se posa sobre una calavera de esmeraldas boyacences

Brevarios I

Muchos de nosotros como músicos consentimos la idea de que nuestra formación es exclusivamente instrumental y ejecutoria. Eso me preocupa. Y me preocupa más que no ejerzamos el derecho pleno de auto educarnos en contextos que no son ajenos a nuestra praxis. 
El maestro, el gran músico no solo se inquieta por entender hasta el más mínimo rudimento de su instrumento, se esfuerza por extender su sensibilidad hasta crisparla y hacerla explotar en una gran gama de tonalidades. 

El músico lee y se preocupa por leer bien no solo unos grafísmos que convenimos desde hace más de 500 años. Se preocupa por alimentar su material creativo, su criticismo y activismo por las causas estéticas que le requieren compromiso, no solo sus barrigas y las de aquellos a quienes mantiene. 

El músico grandioso, el maestro que ama lo que hace, se esmera hasta la sangre por compartir todo eso que le inyecta vigor a su vida misma y lo hace de forma generosa, gentil pero firme. Hoy me preocupan mis estudiantes, pues son el reflejo de mi ejercicio musical y de mi ejercicio docente (que para mí no es más que un delicioso accidente porque no me gusta serlo, y mis razones tengo). 

Cito las palabras del maestro Abreu, aplicandolas en mi vida en sus justas proporciones (y lo aclaro porque quien me conoce, sabe de mis principios neutrales pero de mi compromiso con las circunstancias) "…Mi sueño siempre fue convertir la música en una realidad global en mi país…” Creo que es el sueño de muchos, pero el que hacer de pocos.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Mensajes en Botellas I

Regreso entre corrientes, con pasos acompasados
Las palabras entre los dientes
Los labios amordazados
La luna me lo reclama, el espejo esta quebrado
el reflejo de otro tiempo parece no haber pasado

Hoy tus huesos son astillas, heridas que no han cerrado
Aun rebuscas las caricias en vicios de enamorado
En los libros quemas voces de un perfume barato
y  ahogas en silencio entre almizcles usados
La quinta linea de un libreto que nunca se ha terminado

Somos más que un chiste sádico del destino
Más que una bestia sin escamas de pescado
Somos más que pan y aguas libres y mal vino
y mucho más que argumentos elaborados

Aun te espero tras la esquina del dulce almidón dorado
Aquí donde estalla la risa y se elaboran los buenos tragos
Las miradas benefactoras, sinceras y avasallantes
Donde los hijos nos cantan las buenas nuevas, las nuevas del mundo entrante.



martes, 4 de febrero de 2014

Somos Caribe

Somos Caribe
Por: Rodrigo Flórez

Basta con la ingenuidad típica del niño para descubrirnos como iguales, para acercarnos a lo esencial y puramente humano. El jovencito antes de salir, empaca sus juguetes, su imaginación, sus vivencias y las lleva en la mochila de su humanidad para compartir lo que posee con otros.

A los esclavos africanos lamentablemente, no les dieron otra alternativa salvo llevar consigo sus memorias, sus rituales, sus recetas de comida, sus costumbres. Su opción fue aferrarse a todo aquello que llamaban “hogar” para llevarlo consigo a un lugar distante, desconocido, un punto en la geografía que no les importaba.  Basta con pensar en algún nativo con un nombre local… quizás “Membé”, un muchacho que a la fuerza le habían arrebatado sus raíces. Lo alejaron de sus padres o incluso sus hijos. Ahora se veía resignado entre nauseabundos olores a escuchar los gritos de sus opresores pidiéndole colocarse en fila para recibir sus raciones de alimento. Membé no soportaba los mareos ni el estrecho hacinamiento  al que estaba sometido. Probablemente entre las vicisitudes que lo acongojaban buscase algún remedio para salvaguardar la esperanza. Así Membé podía, entre las fiebres y los penosos malestares, pensar en los bailes frenéticos de su pueblo cuando aún disfrutaba de la libertad.

Fue así como la música de África llego hasta el caribe Colombiano. Pasó numerosas islas y cayos hasta que tuvo por fin darse asiento en la próspera tierra que Colón “descubriera” por allá en los últimos años del siglo XV. África llegó con esperanza, con deseos de iniciar una vida diferente, al menos una que les ayudase a olvidar los malos ratos propinados por sus captores españoles.

Algunas de sus manifestaciones en la costas son:

"El Bunde Chocoano: Danza Religiosa. Diferente al currulao. Su interpretación se ejecuta con los mismos instrumentos. Expresión muy extendida entre las comunidades Afro Colombianas del litoral Pacífico. Posiblemente sus orígenes se encuentren en Sierra Leona.

"El abozao es otro de los ritmos que revelan el parentesco con antiguas danzas de vientre, landos, que acostumbraban los africanos cautivos que vivían en la región. Los cantos de trabajo y arrullos muestran las huellas africanas en sus melodías y también en el aspecto expresivo.
"El mapalé
Tonada propia del litoral Caribe colombiano, que mantiene supervivencias de las tradiciones        africanas. En su versión más antigua el mapalé fue un toque de tambor que sólo servía para  bailar. Se caracteriza por su ritmo binario, fuertemente percutido a dos golpes. Además,  admite el canto y el palmoteo como acompañamiento. Al parecer fue introducido en el  periodo colonial por los esclavizados deportados del Golfo de Guinea, quienes lo reinventaron y adaptaron a sus nuevas condiciones de vida, asignándole un estilo particular.

"Los cantos de lumbalú
 El lumbalú es una ceremonia de carácter fúnebre y ritual que se realiza con ocasión de un velorio en San Basilio de Palenque. La evocación del muerto se hace rememorando los orígenes africanos de la comunidad, en particular Angola, la tierra natal de muchos de los primeros cimarrones fundadores del palenque. Uno de los ancianos del cabildo (la institución política y religiosa más importante de la comunidad palenquera) pregona la muerte de quien ha fallecido."*

En este punto de la historia quizá convenga dar gracias por la forma en que se entretejieron los hilos del “destino”, puesto que por esos místicos azares, hoy disfrutamos de una diversidad enorme y enriquecida de manifestaciones artísticas y culturales. Hay quienes afirman que hoy no hay esclavitud alguna y la libertad de los afro-descendientes ha permitido un proceso continuo de cambios e innovaciones que han dado fruto no solo en Colombia sino en muchos países.

La música es testigo en carne viva de dichas transformaciones, cuyos efluvios han permeado una gran variedad de ritmos y colores sonoros en las costas de nuestro país.
Sus impulsos, al igual que la rítmica que los caracterizan han hecho que viajen a lo largo de todo el continente, logrado un entramado casi que insondable en el folclor de cada pueblo latino americano. Desde Estados Unidos con el “Blues” y sus transmutaciones como el “soul” y el “Gospel” hasta el “Currulao” del pacífico Colombiano junto a las “Mazurcas” con marcada influencia europea, han logrado instalarse en el corazón de los habitantes que disfrutan de su herencia. Esos cantos melancólicos y ásperos de quienes lloran a sus hijos, hasta los tambores que ratifican la libertad de un pueblo: “Palenque”.

Pero hablar de África no solo es hablar de tambores y bailes, como tampoco lo es hablar de “Negros” o “Esclavos”. Eso sería admitir que la historia es apenas un resumén despectivo de aquello que sucedió, sería catalogar como accidente algo completamente positivo. África no es la suma de muchas voluntades, África es la voluntad absoluta a no dejarse derrotar, a invadir desde la oscuridad el seno mismo de las tendencias, la ola gigante capaz de tragarse con su alegría y optimismo todo aquello que les oprimia, aceptándolo, transformándolo o simplemente eliminándolo.

No se puede decir que todo esto fue positivo. Con la llegada de las personas en estas condiciones se erradicó casi que por completo toda expresión nativa de nuestro pueblo. Si bien guardamos memoria de una herencia que se impuso a la fuerza también, pareciera que hemos olvidado nuestras raíces más profundas. Porque todos nos sentimos Colombianos cuando escuchamos una “cumbia” pero también cuando se escucha un “torbellino”. La diferencia entre una y otra no solo radica en su medida de compás, textura instrumental o el tempo y su contexto antropológico, la diferencia está en que un folclor fue alterado y maleado por los Africanos y otro por los europeos, pero al fin de cuentas, impuesto.

Recordar que somos Caribe es recordar que nuestras tribus se resisten a su extinción, es recordar que somos la fortaleza de un conglomerado de personas que fueron tan torturadas en su hogar como aquellos a los que se lo arrebataron.

Hay un interés tan profundo en salvaguardar todo eso que nos dejaron que hemos olvidado nuestras posesiones, las que hemos construido. Nos hemos resignado a olvidarlas bajo el amparo de la idea de lo “nuestro” cuando ni lo uno ni lo otro resulta tan cierto.

Cabe preguntarnos entonces ¿Sabemos de la música que ambientaba nuestros rituales chibchas, muiscas o zenúes? Del último quizá aún conservemos un legado. Nuestras investigaciones y su difusión se han centrado en destacar algo que libra una lucha casi demoniaca contra su desaparición. La otra ha tenido que resignarse a ser de poca monta por el escaso aspaviento que nosotros mismos le asignamos.
¿Colombia el país más feliz del mundo? Colombia tiene razones mil para entristecerse por permitirse caer en el olvido de su propia personalidad.
Por supuesto, tampoco se puede ser de juicio tan severo, gran parte de la música Africana tiene esa particularidad de poseer vida propia, una vida que contagia y difunde bajo la premisa del baile visto como un elemento ceremonial y porque no, como un elemento que exalta todo aspecto de la vida, desde la agricultura hasta lo erótico.

Encontramos en sus polirítmias una intrincada maraña de camaleónicos sonidos, capaces de adaptarse a cualquier melodía o mapa armónico que respete su velocidad. En sus cantos, las melodías que con fuerza resuenan en acordes mágicos que construyen a dos u a tres voces se imponen en otras manifestaciones culturales más lejanas de nuestra tierra, pero al tiempo se han fundido con aquellas que se dejan malear por su propia esencia musical.

En conclusión, es de suma importancia lograr un equilibrio entre los sincretismos accidentales que enriquecen nuestra historia sin olvidar que se hace nuestra en la medida en la que le asignemos su importancia. Nuestra cultura genuina, en medio de un bombardeo masivo de intereses particulares que parecen más caprichos musicales que intereses de investigación, debe buscar su crecimiento a la par con todas las expresiones que de allí se desprenden, sin subordinar ninguna de estas a la acepción popular.

Colombia entera es Caribe, Colmbia no es solo la suma de sus partes pero es el conjunto de sus formas, sus culturas, la expresión de un solo pueblo.

*Definiciones tomadas de distintos sitios web como:

  • http://www.colombiaaprende.edu.co/html/etnias/1604/propertyvalue-30516.html
  • http://unamiradaconotrosojos.blogspot.com/2011/11/musica-y-danzas-tipicas-de-nuestros.html

lunes, 2 de diciembre de 2013

La vida en una canción

Deseo mostrar algunos apartes del ensayo con corte autobiográfico que realice para una clase. Disfrutenlo.

Sí, la vida cabe en una canción.
Por: Rodrigo Flórez
-Es un ejercicio- me dije.  Por supuesto comprendí  que era vértigo, una náusea cómo la que alguna vez criticó Neruda en Hemingway  (y confieso que no recuerdo bien si fue Neruda o Cortázar… a fin de cuentas pareciera un dato irrelevante ahora mismo), una semilla sembrada y lista para crecer en el fértil seno de la duda.

No es para menos, no es fácil – al menos eso creo, o quisiera creer- hablar de uno mismo sin tocar fibras importantes que se deben almacenar en el archivo etiquetado “nunca hablar de ello”. Los recuerdos parecen organizarse por rótulos que hemos ido colocando con un pegamento poderoso, quizás con el propósito de no olvidar u organizar más sencillamente aquellas maravillosas memorias que tenemos a la mano, listas para comentarlas en una fiesta familiar o para amenizar las conversaciones cuando nos encontramos flirteando abiertamente con el sexo opuesto.

Esta autobiografía es el resultado de imponerse frente al miedo, al temor de ser expuesto sin ninguna protección frente al lector desconocido quien seguramente, se verá reflejado al menos en un par de experiencias o se identificará con el mismo temor que albergo. 

¿Por qué un encabezado y un título tan pretencioso? La respuesta pareciera obvia para mí que la escribo, sin embargo para otro, pudiera ser objeto de crítica o discusión interminable, casi con aires y tonos bizantinos. Permítame señor lector explicarle la razón por la que considero que cabe “la vida en una canción”. Las canciones son historias, son relatos breves y llenos de toda clase de emociones, recuerdos que burbujean constantemente, fotografías verbales hechas a toda velocidad con el propósito de retratar con las palabras un momento -el momento exacto-, para luego mostrarlas y dibujar paisajes sonoros diversos, individuales y colectivos. Bien lo dijo alguna vez Mario Benedetti: “Cuando la vida anuncia el arte, es porque el arte ha logrado anunciar a la vida”. El maestro no era músico, pero las canciones no son canciones sin el texto y son las letras ese puente entre el auditorio inexperto o temeroso de dejar que su sensibilidad se pasee libremente entre los sonidos que articulan un discurso musical desprovisto del lenguaje común. Es claro que no se nada en mar abierto sin sentirse incómodo, una piscina en cambio nos permite recrearnos y no sentir la angustia de la supervivencia.

El maestro Rodolfo Paez (Fito Paez) es el claro ejemplo de esos tímidos retratos. Cada canción cuenta sus vivencias, la forma en la que observa el mundo y es común que haga referencias a otras canciones que ya escribió con anterioridad usándolas como un pivote, un eje del que se desprenden nuevas ramas en las que crecen millones de articulaciones. Así tenemos díscos como “Del 63” (Del 63. 1984. EMI Music) o “Margaríta” (Yo te amo. 2013 Sony Music), álbumes que tienen al menos unos 20 años de diferencia y en los que retrata su niñez, su adolescencia y sus comienzos en la música para luego obsequiar este otro panorama como padre, como un roquero cincuentón que se obstina como el mismo dice en “derribar los muros de los prejuicios” (carta para Sandra Bolatti. Marzo 16 de 2013).

Desde luego este artista no es el único que quiso retratar su vida en una canción o en un discurso sonoro. Maestros como Astor Piazzola en “Adios nonino” retrata la pérdida de su abuelo y “la fuga y misterio” dibuja su determinación de hacer del Tango una expresión sublime articulando su discurso ya no apoyado en la voz de algún mítico cantante como Goyeneche o Amelita Baltar, ahora se deja llevar por la corriente del sonido puro, el lenguaje sonoro desprovisto de palabras explícitas para plasmar allí una novela fantasma, las líneas melódicas que cuentan una historia que puede ser cualquiera.

Artistas como Ennio Morricone o el excelentísimo Aaron Copland retrataron o consideraron la posibilidad de fotografíar musicalmente (soy algo atrevido con esta expresión) la vida de personajes fantásticos cuya existencia se hacía posible a través del cine o el ballet. No menos importante es el maestro Francisco Zumaqué quien se ha empeñado en forjar su visión de patria en composiciones como “Himno a Colombia” o “Fiesta Caribe”.

Pudiera hacer referencias innumerables de este fenómeno, pero claramente me desviaría del objetivo de este escrito: Compartir los detalles más relevantes de mi vida.

Corría el año 1982, Julio César Turbay Ayala se encontraba a la cabeza de la administración política y el país apenas comenzaba a florecer en medio de una guerra consagrada entre caciques esmeralderos y nacientes líderes del narcotráfico. Bogotá, Noviembre 13 en horas de la noche, entrada apenas en los 20 y dos hijos mayores, Marisol Castillo lanzaba vituperios y bacinicas  para que le atendieran en la camilla en que le habían dejado esperando.  Todo fue un éxito y esa fecha atestiguó el nacimiento de dos pequeños retadores, hijos de Ricardo Flórez Mantilla y su esposa, gemelos idénticos que con el correr de los años se enfrentarían contra los muros del prejuicio para derribarlos ladrillo por ladrillo. Se dice que Javier fue el primero y el segundo fui yo.

Para hablar de mí, considero necesario hablar de mi hermano, pues junto a él he logrado mucho más en conjunto que por título personal. Sin esa competencia, sin esa camaradería, sin ese apoyo hubiese sido francamente imposible lograr las faenas artísticas conseguidas hasta hoy.

Mi educación primaria y secundaria la realice en el Colegio Agustiniano Norte, un colegio de corte humanista y religioso, perteneciente a la orden católica de los Agustinos Recoletos. Allí conocí a uno de mis maestros, Rafael Cely, quién me instruyó paciente y comedidamente durante unos cuatro años en técnica vocal. Solía trabajar como su voz principal en la Iglesia de San Nicolás cuyas instalaciones hacían parte del colegio. Los domingos recibía dinero por mi participación en los cantos realizados para ceremonias matrimoniales que se consumaban allí.

Desde pequeños, recibimos educación Bíblica por los Testigos de Jehová junto a nuestra madre y con el tiempo, adoptamos nuestra posición personal al respecto. Mis padres se divorciaron para el año 92, y nuestro núcleo familiar se resintió. Sin embargo, las relaciones entre familiares continuaron de forma no convencional (ahora pareciera muy convencional) y pese a los altibajos, nuestra amada madre tomando el timón de la situación, perseveró frente a las vicisitudes.

El 29 de Julio de 1996, decidí dedicar mi vida al creador públicamente, bautizándome como ministro cristiano de los Testigos de Jehová y hasta la fecha, dicha decisión la considero como la mejor que he tomado.  Mi hermano Javier, al año siguiente se dedicó y bautizó como testigo de Jehová y en la actualidad nos complace compartir no solo nuestros intereses seglares como la música, sino el temor piadoso al mismo Dios y el privilegio de pertenecer a una hermandad mundial dirigida por el espíritu santo.
Tenía 14 años y quizás influenciado por las lecturas, los comics y algunos programas de televisión, me alejé momentáneamente del interés por el canto y mis convicciones espirituales me alejaron de las iglesias. La biología apareció no solo como un hobbie, sino como una opción seria de vida. Gracias a Dios, una guitarra interrumpió y reconfiguró el deseo de salvar ballenas con Green Peace para transformarse en el deseo de salvar ballenas con canciones.

Con el tiempo y pese a la oposición pasajera de mi padre, ingresamos a las filas de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Colombia,  lugar en el que inicié mis estudios en guitarra clásica y con el tiempo flauta traversa. En este laboratorio sonoro, mis intereses creativos se fueron nutriendo con el ejercicio diario de la música y así fueron apareciendo los gustos inesperados por la música académica y por el más grande de todos los instrumentos: la Orquesta Sinfónica.

Por supuesto era una época energética, caracterizada por los efluvios típicos de la adolescencia: los primeros amoríos, esos de corte fugaz e inocente que quieren ser consumados para siempre. Los amores de uno, de dos, los imposibles, los impensables, la leña del fuego interno creativo de cada canción compuesta. Melissa, ese amor inalcanzable y moreno; Viviana y su ballet indeciso, Alejandra y su entrega no correspondida, el cariño generoso de Diana, el de su hermana, Sandra y sus libidinosos e incorregibles caprichos de mujer madura, Paola… Nathalia, Reyes. Cada uno representaba una novela, una tormenta de emociones con tonalidades diferentes.  Todas y cada una de las vivencias que tuvieron que ver con el amor o con la vida cotidiana se fueron reflejando en una voz, un sonido particular, una búsqueda constante por el amor verdadero, el dominio de las emociones, los auditorios, los fracasos, los éxitos a medias o completos. Los reproches personales por las malas decisiones y la crítica fuerte frente a los triunfos defectuosos nutrieron cada uno de los paisajes sonoros construidos hoy.

En el año 2004, a la edad de 23 años, decido iniciar mi carrera como flautista, compositor, arreglista y director formado a pulso propio. Decidido a echar abajo todos los muros impuestos del prejuicio personal e impersonal. Me hago miembro del cuerpo docente de la Sinfónica Juvenil en el año 2009 y participo activamente en el mejoramiento de programas de iniciación orquestal. Para el año 2010, concurso en las convocatorias hechas por el ministerio de cultura y la orquesta filarmónica de Bogotá en el programa de conciertos didácticos fundando la agrupación “sincopados” y al mismo tiempo, iniciando el proyecto “Celacanto, El Gran Pez” que lidero como director musical, compositor y arreglista.

La vida en esta década esta subordinada a los caprichos de unos cuantos que parecen dejarse llevar por el testimonio consignado en un papel de corte oficial, con sellos en tinta o relieve, autenticados por un notario que solo da buena fe, incapaz de confirmar los conocimientos que allí mismo se dice tener.
El casamiento de mi madre se vuelve entonces una especie de florero de Llorente, el momento perfecto para probar de qué me encuentro hecho, para saber si toda experiencia adquirida me permitiría saborear la genuina y agridulce independencia.

 Para el año 2011, la ciudad de Barranquilla me abre sus puertas, el aroma a río, mar y jungla, el mismo que respiraron quienes se aventuraron a llevar el primer piano a mi ciudad natal navegando por un sereno y a veces traicionero magdalena, aquellos que lucharon contra el dengue o la fiebre amarilla. Su gente, su cálida respuesta, su nobleza, su sinceridad, su desconfianza ante las nuevas ideas, su compromiso con los esquemas que funcionan, el jugo de corozo, la carne guisada, los desgranados y los sándwiches de Eduardo por la 46 con 69 esquina, el museo romántico, la plaza de la aduana, el orgulloso metropolitano, el jugo de naranja que apenas se percibe entre el azúcar. Las arepas de huevo, las carimañolas y el acento imperceptible de aquellos a quienes llenos de ansiedad tratan de venderme el peaje de un retablo que atraviesa las vías anegadas en sus arroyos.

La Universidad de la costa resulta el primer escenario de este nuevo desafío de vida del que salgo victorioso para formar parte del Colegio Británico Internacional en el que hasta ahora, soy el director del conservatorio escolar, una cantera de jóvenes promesas que quieren como yo derribar sus propios muros.

La facultad de bellas artes de la universidad del atlántico convoca a la profesionalización en licenciatura en música y me inscribo en su programa con el objetivo de obtener un título (innecesario desde mi opinión) que permita conseguir una estabilidad laboral  para el momento en que decida emprender la empresa de la familia.

Durante el receso de vacaciones universitarias, de visita en mi ciudad natal, conozco a Carolina Fonseca, durante diciembre de 2011 con quien contraería matrimonio el primero de Abril de 2013.
A ella debo el tributo, la paz mental y física que me ha venido bien en estos momentos al grado de incrementar mi masa corporal unos kilos de más. Kilos que veo como libras de felicidad, plenitud y el ejemplo claro en carne propia de la armonía.

He releído varias veces este texto y encuentro tanto por decir, detalles que pasé por alto o que viene bien evitar. Tal vez no baste con todas estas líneas para recopilar mi historia de vida o entretejer la madeja intrincada de recuerdos rotulados como “decisiones”. Pero a mi favor diré que no hay canción más molesta que aquella que se explaya interminablemente bajo los mismos parámetros armónicos, rítmicos y tonales. La vida está llena de cambios serenos o intempestivos que le dan ese picante y esa sensación de haberse vivido bien o no. Así una sinfonía propone distintos movimientos serenos, ansiosos, crepitantes, épicos, sádicos, violentos, eufóricos… Es prudente concluir que este escrito es apenas parte de la interminable canción de la vida, esa que cantamos en nuestra mente y que muchas veces se queda sin cantar.

Sí, la vida cabe en una canción y mi canción aún no termina.